Saturday, January 12, 2013

Navegando con Ayuda

Lo heredé así; viejito como era y con una historia épica que nadie podía comprobar. Estaba hecho de madera y bronce, con un lápiz de plomo en la quilla. Lo conocía bien porque había navegado muchas veces con él.
Los equipos de navegación eran tan viejos como el barco. Tenía cartas náuticas basadas en sondeos de la Segunda Guerra Mundial, compás de punta seca y reglas paralelas, una corredera de bronce de dos piezas: el contador de millas lo amarraba a un obenque de la mesana y la pequeña hélice iba girando en el agua a 10m de distancia por la popa. Creo que originalmente estaban unidas por una guaya pero yo les había puesto un cordino estático de 7mm; había calculado que perdía una milla por cada diez millas que marcaba. Para medir la velocidad habíamos construido una especie de papagayo de madera atado a la punta de una cuerdita con nudos separados por distancias definidas. Lanzábamos el papagayo al agua y cronometrábamos el paso de los nudos por la mano; eso nos daba las millas náuticas por hora que estaba haciendo el barco… o por lo menos un aproximado. Y finalmente nuestro profundímetro era una pieza de bronce relativamente pesada amarrada a una cuerda marcada que alguien lanzaba por la proa, siempre oyendo mis gritos de
-¡Aléjala del casco que no queremos esa cuerda en la propela!
El único aparato moderno que tenía era un compás de los años 80. La brújula original de bronce se la habían robado hacía muchos años. La tripulación era cualquiera que estuviera a mano y quisiera embarcarse en una épica anunciada.
Dentro de todo, eran navegaciones seguras; cada hora yo hacía los cálculos y marcaba nuestra posición estimada en la carta. Algunos amigos se maravillaban al ver Los Roques “por fin”. Yo nunca entendía tanto asombro. Si hasta hace poco navegaban con estos instrumentos –y hasta con menos- ¿porqué ahora no se podía? Me resistía a comprar un GPS.
Habíamos hecho el recorrido Caraballeda – Los Roques – Tortuga – Puerto la Cruz varias veces. En uno de éstos viajes me había pedido la cola un amigo que trabajaba en Gran Roque. Dos días antes de zarpar, el hombre me llamó a enumerarme los ítems de seguridad que por ley una embarcación debe llevar a bordo y algunos extras, queriendo saber si todo aquello estaba al día. Al final de la conversación, y aunque había salido victoriosa del ataque, estaba completamente segura de que no vendría. El otro tripulante que quedaba era un francés hippie que había recogido en una marina.
Mi amigo el desconfiado, apareció increíblemente en Caraballeda la noche del zarpe y cuando a las 8am siguiente le dije: -a las 10am estamos viendo Los Roques- obviamente no me creyó y siguió durmiendo. El barco, por ser tan viejo tenía fama de lento, cosa que era verdad en una ceñida pero no con el viento de través o por la aleta. Cuando le pasé los binoculares a las 10:15am con el anuncio de - ahí están - no se lo podía creer.
- Cónchale vale, este barquito camina duro- fue lo único que dijo y menos mal, porque ya era insulto suficiente.
La siguiente pierna me preocupaba un poco porque era la mas larga y a mitad de camino el mar normalmente se ponía un poco bravo. El otro problema era que no nos daba el ángulo de viento para llegar en un solo bordo a Tortuga, ni siquiera saliendo por la punta NE del archipiélago. Nuestro procedimiento estándar era “bajar” a pura vela unas 18 horas y a partir de allí, arriar el foque, cazar la mayor para lograr estabilidad y navegar unas tres o cuatro horas a motor y mayor hasta Tortuguillos.
Estando falla de tripulación, llamé a mi no siempre bien ponderada madre que inmediatamente se montó en un avión para rescatar a su hija en Los Roques. Zarpamos al mediodía y a la mañana siguiente nos encontramos en la mitad de ese mar azul oscuro sin ninguna señal de tierra cercana. Cuando estimé que estábamos en un punto en el que enrumbar hacia la Tortuga no iba a implicar tener las olas y el viento en la nariz, aplicamos nuestro probado truco y apuntamos hacia una isla invisible.
Ya cuando teníamos dos horas navegando un poco incómodos por las olas grandes de ese día y sin ver rastros de tierra, nos empezamos a inquietar y a pensar en todas las posibilidades: -¿Será que la corriente en contra está mas fuerte de lo normal? ¿Será que nos “metimos para adentro” muy temprano y le estamos pasando por “arriba”? Por “abajo” no creo, tendríamos que haber recorrido mucha mas distancia. ¿Será que estamos yendo mas lento de lo que creemos porque tenemos el fondo sucio? No… Se ve la velocidad en el agua, eso no debe ser-, y para reconfirmar: -Ma, ¿qué velocidad estamos haciendo?
Mi mamá se asomó por la borda, puso cara de concentración y dijo -Cinco y medio, seis-.
-Si, claro- pienso yo- no sé ni para qué pregunto.
Media hora mas tarde vemos en la distancia, un poco al sur de nuestro paso un barquito pesquero navegando con un rumbo que parecía de colisión con el nuestro. Mas tarde nos dimos cuenta de que la parguera estaba anclada. ¡En este oleaje!¡ Esta gente si que tiene bríos!
Y allí fue que se le ocurrió la idea a mi mamá:
-¡Vamos a preguntarle!
-¿Qué le vamos a preguntar, si nos venden pescado?- Digo yo en tono sarcástico
-Noooo, ¡que dónde está Tortuga!
-¿Pero tu estás loca? ¿Tu crees que vamos a llegar a un semáforo? Sr, disculpe la molestia, Ud me podría indicar el camino para Tortuga… ¡Tu si tienes cosas raras!-
No entendía el razonamiento de mi mamá, sin hablar de que mi padre inglés nos había inculcado que primero muertos antes de poner tu orgullo en juego en el mar.
Cada vez estábamos mas cerca y ya podíamos ver a 5 tripulantes aparentemente pescando de fondo.
-¿Por qué no? Ellos saben donde está-.
Me provocaba contestarle que yo también sabía pero no era verdad. Tuve que ceder. Cambié el rumbo para pasarles mas cerca y bajé la velocidad un poco.
-Bueno- le digo- ¿pero quién les va a preguntar? Tu no; mi papá se revolcaría en su tumba.
Pelé por el francés – Olivier, come here please. Te vamos a enseñar unas palabras en español.
-Me? For what? I will unzerstard nozing zey say. Better you ask- Tenía razón, nadie iba a entender su acento y mucho menos él entender la respuesta.
Pues no me quedó otra que dejar a la comandante mayor en el timón, tragar grueso y salir a la cubierta, pecho en alto, hombros atrás y gritar:
-Bueeeenaaassss, ¿dónde está Tortuga?- y esperar las risas.
Varios gritaron al unísono pero solo entendimos dos respuestas:
-¡Pon 100 en la aguja!- y -¡Dale pa´ la nube!.
-¡Gracias!- y todos saludamos con los brazos como buenos marinos.
Cien grados en el compás no era lo mismo que apuntar a la nube, o mejor dicho, a lo que se podía percibir como nubecitas en el horizonte. El primer rumbo nos ponía de frente contra el viento y las olas; no era una opción. Las supuestas nubes coincidían mas o menos con el rumbo que traíamos antes del encuentro y con el que yo me sentía mas tranquila así que optamos por ese.
Después de media hora mas o menos comenzamos a ver las verdaderas nubes, un grupo grande, bien localizado en el horizonte. Se forman cuando el viento húmedo se encuentra con tierras calientes, son características de las islas y casi siempre tienen un color gris o marrón por debajo.
Efectivamente, habíamos encontrado Tortuga. Mi mamá siempre dirá que fue gracias a los pescadores y yo seguiré con la versión de que siempre estuvimos en el rumbo correcto. La última parte del viaje fue un paseo. Navegamos de día por el sur de la isla; el mar estaba “plato”, el viento constante y como regalo de despedida, nos visitaron los delfines.
Unos años mas tarde me compré un GPS portátil y debo decir que las cosas nunca fueron las mismas. Ahora la corredera vive en su caja de madera original, en tierra firme y la cuerdita con nudos la fuimos cortando a medida que necesitamos amarrar toldos y otros accesorios. Sigo marcando la posición en la carta de papel pero ahora cada dos o tres horas. Con el GPS uno se vuelve perezoso. Lo que si pudimos comprobar científicamente fue que mi mamá nunca se equivoca por mas de medio nudo cuando calcula la velocidad del barco “a ojo”.